Desde su origen barroco, de marcado carácter teatral, las procesiones riosecanas se convirtieron en representaciones que tuvieron en las calles a uno de sus principales elementos.
Como en la mejor escenografía, la luz del sol se ha ido apagando y dando paso a la iluminación mortecina de los faroles de las calles, de las velas de los cofrades y de la iluminación que alumbra las tallas. Surge entonces la magia de los claroscuros, los rostros de las tallas procesionales cobran vida, el color rojo se convierte en sangre derramada, gigantescas sombras se ciernen amenazantes sobre las fachadas, los ojos brillan detrás de las caretas y el cortejo de cofrades avanza con parsimonia.
La calle, las calles, todas las calles. Y entre todas, una, la calle Mayor, el gran teatro de la Semana Santa riosecana. En los soportales, gran patio de butacas, cientos de personas esperan que entren a escena los pasos de la Pasión de Cristo.